Ronda

Al colegio por el barro

Un grupo de niños del paraje de la Hoya del Espino tienen que recorrer casi un kilómetro andando para coger el autobús para ir a clase.

 

Entramos en otoño y eso suele significar tiempo de lluvias y una considerable bajada de temperaturas en la Serranía de Ronda. Precisamente, lluvia y frío, son las palabras de las que no quieren oír ni hablar tres familias que viven en el paraje conocido como Hoya del Espino, donde la única comunicación con el exterior discurre por un camino público de tierra, que se convierte en impracticable con las primeras gotas de agua.

Pero los verdaderos afectados son los 9 pequeños que viven de forma permanente en esta zona, de entre 2 y 13 años, que tienen que recorrer casi un kilómetro de carril para llegar a la carretera más próxima, donde toman el autobús que a diario les lleva a clase, lo que se convierte cada día de lluvia en un esfuerzo titánico.

Las clases ya han comenzado y cada día miran con recelo las nubes que aparecen en el cielo, y es que el agua es su peor enemigo, ya que les deja aislados y tienen que emprender el camino a pie a primera hora de la mañana entre barro y charcos, con temperaturas que suelen estar muy pocos grados por encima de cero cuando tienen que salir de sus casas con la oscuridad de la noche todavía presente.

El caminar  termina al borde de la carretera que une Ronda con Setenil. Para los mayores antes de las 7,30 horas de la mañana, mientras los más pequeños tienen algo más tregua, ya que el autobús les recoge sobre las 8,30 horas. Para entonces, muchos días ya han caminado casi un kilómetro, aunque sus padres reconocen que en ocasiones la lluvia es tan intensa que no pueden sacarles de casa y se quedan sin ir al colegio.

Por eso, antes de que llegue la época de lluvias han vuelto a pedir al Ayuntamiento de Ronda que arregle este camino, lo que les permitiría poder utilizar sus vehículos y evitar este pequeño calvario para cumplir con una obligación como es la de asistir a clase.

No obstante, pocas son las esperanzas que tienen los vecinos en que sean atendida en esta ocasión su petición, y es que contaban con resignación como un año tras otro su petición ha caído en saco roto, pasando por las manos de concejales de casi todos los partidos políticos. “Ya me da vergüenza hasta ir al Ayuntamiento con este tema”, indicaba Rafael Hormigo, abuelo de varios de los pequeños, mientras miraba a su tractor de cadena como la única esperanza que les queda. “Si no fuese por este tractorcillo no podíamos pasar ni sin llover”, y es que las lluvias suelen provocar corrimientos que cortan el carril complemente.

Vista de uno de los cortijos desde el carril. 

Tal es el nivel de resignación, que se preguntan si la aparición de su situación en la prensa servirá para que alguien realmente les escuche y solucione el problema, sin que se limiten a realizar varias fotos de cómo está el carril y luego nunca regrese nadie con las excavadoras “y un poco de grava, que no hace falta otra cosa”, explicaba otro de los vecinos.

A todo ello, en estos días se ha realizado una nueva medición para realizar un presupuesto sobre los posibles trabajos de reparación, que será entregado por una asociación de vecinos al Consistorio, aunque pocas esperanzas tienen que en esta ocasión llegue a manos de alguien que decida actuar.

El contrapunto es absoluto, y es que son familias dedicadas a la agricultura y la lluvia les resulta fundamental para que sus cultivos puedan crecer de forma adecuada, sin los que sus economías sufrirían un duro revés, aunque desde hace años se encuentran ante esta difícil encrucijada, sin que tengan solución hasta el momento.

Además, reclaman que las actuaciones municipales en carriles sean prioritarias para zonas donde los residentes están viviendo durante todo el año, y que no se trate de casas que suelen ser utilizadas únicamente durante los fines de semana, festivos y vacaciones.

Mientras esperan una respuesta en algún sentido, ayer los pequeños pudieron acudir y regresar de clase sin  tener que convertirse en atletas improvisados, esquivando charcos y pisando barro, pudiendo viajar cómodamente en los coches de sus padres hasta los cortijos donde viven. Allí les esperaba una tarde de juego, con la esperanza de que el tiempo les siga respetando y alguien termine por acordarse de ellos.


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