Opinión

El acertijo

Manuel Giménez.

La capacidad de la gente para causar sorpresa es la leche. Algunas personas, de las que no esperas nada, lo hacen para bien, otras nunca sorprenden. Las más, antes o después, te acaban decepcionando, ya sea por algo nuevo o que más temías.

Esto me ocurrió el domingo pasado. Tuve una gran decepción. Además, cuando depositas expectativas en una persona y luego no las cumple, te vuelves un poco más cínico, que algunos llaman más maduro. En la edición del domingo del diario El País, Pedro Solbes, el vicepresidente económico del Gobierno, venía diciendo que la crisis económica en que nos encontramos es de tal magnitud, es tan grave, que su dureza se hará notar en España durante los dos próximos años. Habrá cuatro millones de parados y él dice que se han agotado todos los remedios al alcance de su ministerio. Curioso que nos lo diga ahora cuando, hace apenas hace diez meses, declaraba en televisión que arrancaba la legislatura del pleno empleo. Lo escuchamos decir que hablar de crisis era poco menos que una estupidez. En las patéticas imágenes mostradas por el diario en sus páginas centrales, con el gesto torcido, obsoleto, resultaba un personaje sacado de La Vida es Bella.

Me hace gracia. En la obra maestra de Roberto Benigni, aparecen retratados unos personajes que, aunque podrían parecer exagerados, retratan con una calidad infinita cualquier perfil humano de nuestra vida real. Siempre me acuerdo, por ejemplo, del médico de las SS con el que el protagonista tiene trabada amistad, antes de ser recluido en un campo de concentración nazi junto a su hijo. Supongo que todos habréis visto la peli, pero quisiera recordaros que el viejo médico militar alemán solía bromear con el personaje que encarna Benigni cuando éste último era libre. A menudo, ambos se lanzan complejas adivinanzas y juegos de palabras que uno de ellos debía descifrar cada vez.

Tiempo después, ya en el campo de concentración, se vuelven a encontrar en una cena de las SS. El judío, con su vida en peligro, pide ayuda a su amigo, y éste le convoca en un lugar apartado para poder hablar con calma. Una vez están fuera de la vista del resto de nazis, lejos de ofrecerle ayuda, el médico alemán le entrega un pequeño legajo en que se contiene un estúpido acertijo, que otro médico alemán le había planteado y éste no sabía resolver. La adivinanza decía: “soy muy gordo y muy feo, de color amarillo, si me preguntas donde estoy, te respondo cua cua cua y caminando hago popó; ¿Quién soy yo?”. Esto era lo único que le interesaba.

Peor incluso que el hecho de no querer ayudarle es que ni siquiera se lo había planteado. La insoportable levedad del ser, del otro ser, en este caso.

Volviendo a D. Pedro Solbes, lo que más me duele es que yo me tragué, como muchos otros, con todos sus fuegos artificiales, su patraña vestida de solemne aburrimiento científico. Supongo que excitados por las proclamas que lanzaba creímos su apología de la fortaleza económica de una España que había superado a Italia y que marchaba con paso firme a rebasar a la estancada economía francesa.

Vuelvo a ver el vídeo de los debates electorales. Parece que la voz del vicepresidente estuviera siendo doblada por un humorista, en serio. La imagen tiene definitivamente un aire cómico, aunque nada de esto sea una broma.

Aún así, el ministro mantiene que, en un par de años, España encontrará la solución a esta situación y volverá a crecer. Una solución; eso es lo que quizá habría cambiado la vida de Benigni en su película. Quizás el protagonista habría evitado el fusilamiento de haber resuelto la adivinanza del médico.

El acertijo de la Vida es Bella, por cierto, no tiene solución.


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