Opinión

La vida eterna

Antonio Sánchez Martín.

Que se niegue la existencia de Dios, no es nada nuevo. Hace meses leí “La vida eterna”, un ensayo donde el filósofo Fernando Savater reflexiona sobre la creencia cristiana de la inmortalidad del alma, y días atrás, una asociación de ateos inició una campaña publicitaria bajo el eslogan: “Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”. La cosa no tendría mayor trascendencia y la campaña hubiera pasado casi inadvertida, -ya que sólo se publicita en dos autobuses de Barcelona-, si no fuera por la desmesura “amplificación” que los medios de comunicación han hecho de ella, impulsando así un nuevo ataque laicista contra las creencias cristianas mayoritarias en nuestra sociedad.

El debate surgido no se suscita porque los ateos nieguen la –vida eterna-, sino porque el eslogan elegido afirma que creer en Dios es incompatible con “disfrutar de la vida” en este mundo. Tal vez, lo que los ateos intentan expresar en su campaña es que una religiosidad mal orientada deriva en “moralismos, prohibiciones y sacrificios” que desvirtúan el auténtico mensaje del Evangelio, destinado a que los hombres alcancen la felicidad junto a sus semejantes. Nadie podrá acusar a Jesucristo de ser contrario a que los hombres disfruten de la vida, ni de obstaculizar la felicidad humana cuando Él mismo curó y alivió el sufrimiento de los enfermos, resucitó muertos, salvó a adúlteras de morir apedreadas e hizo amigos incluso entre los indeseables de su tiempo, como los leprosos o los cobradores de impuestos. -Está claro que Dios no hace distinciones, acepta al que le ama y practica la justicia, sea de la nación que sea-, dice San Pablo.

Así pues, no es extraño que quienes no conocen la razón de los “mandamientos” cristianos tengan una idea equivocada de nuestra religión y vean en ella un exceso de doctrinas y moralismos que hacen “incómoda” profesarla. Pero el cristianismo no sólo se reduce a eso, porque las normas establecidas en nuestra religión no están para asfixiar la vida de los creyentes, como da a entender el eslogan, sino que su observancia conduce al hombre a la felicidad. Por eso, los cristianos evangélicos han replicado la campaña agnóstica con un contundente: “Dios sí existe, disfruta de la vida en Cristo”, que encierra la verdadera sabiduría y utilidad del Evangelio como código de conducta para el cristiano.

Cabe preguntarse también qué significa “disfrutar de la vida”; seguramente algo parecido a aquellas tres cosas que acertadamente pedía la copla popular: “salud, dinero y amor”. Pero con frecuencia, para algunos esos deseos derivan en el hedonismo, la sexualidad desenfrenada y en una mera “compra” del bienestar material. Pasarlo bien implica entonces gastar dinero, y de ahí la codicia por “amasar” cuanto antes una fortuna y gastarla a toda prisa antes de morirse. El Evangelio, sin embargo, propugna otra manera de vivir: la de aquellos que cifran su felicidad en -querer y ser amados, en compartir sus propios bienes y aunar esfuerzos con sus semejantes para construir una sociedad donde el bienestar, la paz y la justicia sean posibles para todos-. Esta forma de vivir “inmuniza” a quien la practica contra la soledad y la amargura, llena su vida de sentido y permite disfrutar plenamente de esta vida “hasta el último minuto”.

Es cierto que para ser un buen ciudadano no hace falta ser cristiano, pero sin embargo, los valores del cristianismo garantizaron durante veinte siglos el progreso de las sociedades occidentales sin necesidad de cambiar ni una sola coma del Evangelio. Eso demuestra que Dios es útil a los hombres en la medida que éstos “usan” su doctrina y viven según sus preceptos.

Hoy, en una sociedad incrédula y materialista, que niega la existencia de Dios como cualquier otra “cosa” que la ciencia no pueda demostrar, es comprensible que hablar de –la vida eterna- levante cuando menos una mueca de escepticismo. Pero los que optan por –la tierra prometida- en este mundo y sustituyen a Dios por el materialismo, tampoco aseguran su felicidad.

Muchos se afanan en trabajar para tener de todo, y aún así se sienten insatisfechos, porque tener y consumir no llena sus necesidades vitales. Hay gente tan pobre, que sólo tiene dinero.

Pero no nos confundamos, el principal enemigo de la fe cristiana no son los ateos, sino el “olvido” que los propios creyentes hacemos de ella cuando “caemos en la tentación” de idolatrar el lujo y el dinero, la posición social, o cuando permanecemos insensibles ante los problemas de la sociedad y el sufrimiento de los más desfavorecidos. También es cierto que la religiosidad popular española tiene mucho de fanatismo y de intransigencia; tal vez porque esa manera de ser forma parte de nuestro carácter. Probablemente, el dios que no existe sea ése “genio de la lámpara” a quien le pedimos de todo, desde que nos toque la lotería, hasta aprobar unas oposiciones.

Que se fomente el debate sobre la existencia de Dios me parece conveniente y hasta oportuno en una en una sociedad tan acomodada y hedonista como la nuestra, donde los preceptos cristianos a menudo “estorban” para alcanzar las ambiciones personales y políticas. Es aceptable que haya gente que tenga una visión diferente de la vida, pero “disfrutar de ella” tiene sus límites, también para los ateos, porque todos debemos hacer uso de nuestra libertad justo hasta donde comienza la del prójimo.

Por eso el cristiano auténtico rechaza de plano el aborto o la eutanasia, porque van en contra de la VIDA de sus semejantes, o el adulterio, porque cualquier engaño es contrario a la VERDAD.

Por sus obras les conoceréis, dice el Evangelio, y como la parábola del buen samaritano enseña que -es más importante socorrer al hermano, que acudir al templo-, aquí les dejo tres ejemplos que me permiten creer en Dios en pleno S. XXI. La primera, mi propia madre, que a la edad de 88 años disfruta de la SALUD que aún le queda porque mi hermana la cuida a diario y entrega su vida por ella. La segunda, es que conozco a quien, por esa misma fe, dio su DINERO a una viuda con cinco hijos para comprar el piso que le iban a embargar (aquí mismo, en Ronda, no hace falta irse muy lejos); y finalmente, el enorme valor que tienen ambas cosas cuando se hacen por AMOR a Dios. ¿Acaso duda alguien que esa viuda o mi madre no disfrutan plenamente de la vida? Viviendo así ¿quién piensa en la eutanasia? A esa “buena vida” se apuntarían hasta los que no creen en la -vida eterna-, y a los cristianos nos corresponde hacerla realidad en este mundo.


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