Opinión

Hágase el capitalismo

Antonio Sánchez Martín.

 

Menos mal que por fin nuestro “divino” presidente Zapatero se sentará en la cumbre mundial donde se creará nada menos que -el nuevo capitalismo-, porque me temía que se deprimiese el último optimista que todavía nos queda en España. Con su ya inevitable presencia, los principales mandatarios del mundo y de las principales economías del planeta pretenden reformar en un fin de semana las bases del sistema financiero capitalista, que comienza a hacer aguas por todas partes.

Es alucinante ver cómo progresa la gente. Hace apenas un año que sus colaboradores, en plena campaña electoral, se comprometieron a ensañarle en -dos tardes- todo lo que debe saber un presidente de gobierno sobre la economía de su país. Así no me extraña que hasta hace poco anduviera creyendo que esto de la crisis no iba con nosotros y que pasaría de largo por la puerta de los hogares españoles. A estas alturas, cualquiera que se acuerde de la –suave desaceleracón- se troncha de risa, o le toma por tonto de remate.

Siempre he defendido que la ignorancia es muy atrevida. Es natural, cuando con tan poco se llega tan alto, uno se lo acaba creyendo. Nunca hubo mayor colección de incapaces jugando a ser asesores, y como vemos, las consecuencias de tener a tanto inútil en puestos de decisión estratégicos son dramáticas y las sufren directamente los ciudadanos. Nuestra economía en vez de crecer, está en recesión, pronto superaremos los tres millones de parados, los precios están por las nubes, el consumo estancado, se cierran comercios, las fábricas de coches despiden gente a mansalva y la construcción está parada… pero aún así, nuestro “optimista” presidente se va con un -máster de dos tardes- a “refundar” el capitalismo. Virgencita, que me quede como estoy.

Los que entienden de mercados saben que hay mucho engaño dentro del mundo financiero. Muy pocos se imaginan los malabarismos que realizan los bancos con el dinero de sus clientes, invirtiendo en operaciones temerarias con las que pretenden sacar suculentos beneficios de los cuales apenas revertirán más allá del 1 % a los inversores. Es necesario reforzar la vigilancia sobre las prácticas bancarias y garantizar la independencia de los auditores que avalan su solvencia, para que los inversores estén correctamente informados, y no como hasta ahora, donde parecía que tales auditores eran uno más de la banda. Y aunque esto pueda parecer algo simple y evidente, por las primeras impresiones que se perciben me temo que se dejarán las cosas como están, no se buscarán culpables y se apostará porque siga el negocio.

Pero además, hay otras facetas del capitalismo que son sangrantes y debería aprovecharse la ocasión para intentar cambiarlas, como es la -deslocalización de la producción-, destinada en teoría a abaratar los productos, pero que la realidad demuestra que lo único que persiguen las empresas es producir en países subdesarrollados, –algunos en sistemas de semiesclavitud-, con salarios indignos, para incrementar así sus beneficios empresariales, porque la rebaja en los costes de producción casi nunca llega al consumidor. Hay numerosos ejemplos de ello, quizás el más conocido sea el de una famosa marca de ropa de deportiva que se elabora en el lejano Oriente.

Otra muestra de las -perversiones comerciales- del capitalismo es la diferencia entre el precio que recibe un agricultor o un ganadero por sus productos y el que pagan los consumidores al adquirirlos, que generalmente se multiplica por diez.  Tan importante como cambiar las finanzas, sería dar un vuelco a estas situaciones abusivas del capitalismo, que no son nuevas, pero que se han acrecentado en los últimos años. Hay que volver a comprender términos tan simples como el “valor” y el “precio” de las cosas, y terminar con la cultura del –pelotazo- rápido.
No sé hasta donde alcanzan los conocimientos económicos de nuestro iluso presidente para atreverse a dar lecciones magistrales de cómo reformar el sistema capitalista que rige en occidente desde hace más de un siglo. Puede que nos sorprenda y proponga un nuevo –capitalismo solidario y progresista-, en perfecta simbiosis con la Alianza de Civilizaciones que propugna desde hace tiempo. O puede que nos dé una explicación plausible de por qué la gasolina apenas ha bajado un diez por ciento, cuando el barril de petróleo vale ahora menos de la mitad de lo que valía hace tres meses, y que nos explique de paso dónde van a parar los impuestos que recauda el estado sobre el combustible. O por qué, si somos la octava potencia económica del mundo, aún carecemos de un programa de energía nuclear seguro que rebaje nuestra dependencia del petróleo, que por cierto, causa el nocivo efecto invernadero, cuya lucha también pretende abanderar el presidente a base de pedirnos que conduzcamos a paso lento y montemos más en bicicleta.

Sólo se me ocurren dos razones para comprender su patético optimismo: O una supina ignorancia de las cosas que le impide comprender la gravedad de la situación, o el más refinado cinismo para -negar la mayor- y permanecer en el poder. Empiezan a ser preocupantes los discursos de Zapatero, defendiendo el medio ambiente allá pero sangrando a los currantes de acá, que pagan el litro de –gasofa- a precio de champán francés; que accedió al poder al grito pacifista de -NO A LA GUERRA- y ahora se plantea enviar más tropas a Afganistán, que va de –sociata- por la vida pero nunca los pisos costaron tan caros, o que pretende gobernar el país con lecciones económicas recibidas en dos tardes. Sus discursos me recuerdan cada vez más a la peligrosa retórica marxista (de Groucho Marx, me refiero). Ya saben, aquello de: -Estos son mis principios. Y si no les gustan, los cambio-. Todo sea por el poder… del dinero.


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