Opinión

Obama, o “el sueño americano”

Antonio Sánchez Martín.

La primera Constitución Norteamericana estableció -el Martes después del primer Lunes de Noviembre- como la fecha idónea para celebrar las Elecciones Presidenciales, y también cada 2 años las del Congreso y el Senado de EE.UU. Se escogió esa fecha porque en Noviembre las faenas agrarias ya habían concluido y aún no se habían desatado los rigores del invierno. A pocos días de la fecha elegida, y a pesar que los sondeos preelectorales, -mezcla de aritmética y cocina-, yerran a veces en sus predicciones, la ventaja que otorgan a Obama en su carrera hacia la Casa Blanca parece insalvable.

El empujón definitivo al aspirante demócrata se lo ha dado Colin Powell, que ve en Obama “el cambio y la ruptura generacional que EE UU necesita. Barack Obama es una figura transformadora que reúne todas las condiciones para ser un presidente de éxito”, -declaró el general-. En su boca, estos argumentos suenan como un certificado de buena conducta expedido a Obama, quien probablemente se convertirá en el primer presidente negro de EE UU; un acontecimiento histórico del que todos los norteamericanos deberían sentirse orgullosos, pues en su corta historia como nación han construido un país donde la raza ya no es una barrera social ni política, -algo inimaginable hasta hace pocas décadas, cuando su predecesor Martín Luther King moría asesinado-, y que constituye una esperanzadora ilusión que no sólo seduce a América, sino al mundo entero. Tal vez por ello, los europeos también desean que Obama gane las elecciones, y en España casi el 70 por ciento se decanta por el candidato demócrata.

En favor suyo juega la desastrosa gestión de George Bush, enzarzado en guerras declaradas bajo el engaño de las armas de destrucción masiva, que restringió las libertades públicas en nombre de la seguridad, y que no supo evitar una desastrosa crisis financiera en el ocaso de su mandato. En la misma dirección sopla el viento de la juventud que pide un cambio social profundo. Sus adversarios le acusan de inexperto, pero aún menos experiencia que él tenía Kennedy y resultó ser un magnífico presidente que supo inyectar un formidable dinamismo en la sociedad estadounidense y contagió su idealismo a las generaciones más jóvenes. Es lo que está pidiendo a gritos Estados Unidos y el mundo entero después de un dilatado período de mediocridad y de confrontación: un líder nuevo, que transmita confianza en el sistema y esperanza en el futuro. Alguien que sea solidario con los que sufren en el “lado oscuro” de la sociedad de la abundancia, y que trate por igual a los ciudadanos de todas las razas, culturas y estratos económicos; que reparta razonablemente la riqueza para que la división entre ricos y pobres no sea tan radical como lo es en la actualidad.

Personalmente, creo que hay pocos líderes mundiales capaces de enfrentarse a semejantes retos, por eso miro con esperanza a Barack Obama. Sus credenciales no pueden ser mejores. Hijo de un inmigrante africano y de una mujer blanca de Kansas, se educó en Hawai y pasó una larga temporada en Indonesia, -país subdesarrollado y musulmán-. Gracias a su esfuerzo y a sus propios méritos consiguió ingresar en la universidad más prestigiosa del mundo: Harvard. Su discurso dirigido a la comunidad negra y a los hispanos de su país lo dice todo: Nada de victimismos ni lloriqueos, porque EE.UU es un país suficientemente abierto como para vencer el infortunio, progresar y alcanzar unos niveles de vida decentes. No es hora de lamentos, sino de trabajar duro para erradicar los males del presente.

Su mensaje llena de esperanza a las clases medias y a las menos favorecidas. Las claves de su discurso son la igualdad de oportunidades, la reconciliación, la solidaridad y la lucha implacable contra la corrupción, los privilegios y los abusos del poder. Ya era hora que una figura renovadora de la democracia americana fuera un joven de piel oscura, salido de un estrato social deprimido, al que el sistema ha permitido superar la adversidad y salir adelante para dedicar su vida a luchar para que millones de norteamericanos desfavorecidos puedan seguir su ejemplo.
La campaña de Barack Obama ha sido inteligente y ha contado con ingentes recursos aportados en su mayoría por ciudadanos anónimos que han visto en él –la esperanza del cambio- necesario, no sólo en EE.UU., sino en todo el mundo. Prueba de ello es que el mensaje de convivencia interracial que sostiene el senador ha dado sus frutos, y pese a ser él mismo un candidato de color, en estas elecciones la raza ya no va a ser un factor decisivo a la hora de votar.

Los cambios de siglo suelen acompañarse de reformas y catarsis que escapan a menudo a la precisión astronómica del calendario, pero que los protagonizan las generaciones que los viven. El cambio de milenio se inició con la amenaza global del terrorismo, y desde entonces todos somos víctimas potenciales de su crueldad. Ahora, esa misma generación asiste a la transformación del modelo económico capitalista que imperó en occidente durante más de siglo y medio. Posiblemente no sean esos los últimos cambios fineseculares a los que asistamos, y la presumible victoria de Obama recupere para la humanidad valores tan tradicionales como son el mérito, el esfuerzo y la solidaridad.

Como -aldea global- que somos, la emblemática Presidencia de EE.UU. es un referente para el mundo occidental. Espero que esta vez “el sueño americano” sea un poco el sueño de todos, y la ansiada victoria del candidato demócrata sirva para difundir por el mundo los valores de la “sociedad del mérito”; -algo en lo que insisto en mis artículos-, porque de ahí proceden las calamidades que sufrimos en este fin de siglo. Sin los mejores al frente de la sociedad, el progreso se enlentece o simplemente es imposible. A ver si por fin, dejamos de estar gobernados por oportunistas incapaces y “tontos” con poder.


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