Opinión

De lobos, caperucitas y bancos

Manuel Giménez.

La posición más divertida en una crisis económica o de lo que sea, es la de aquél que entiende la situación. Ni siquiera la posición del más rico, o del más poderoso, porque lo dos, en un santiamén, pueden ver cortada su cabeza o atracada su alacena. Aquél que tiene la información suficiente, y no la comparte, puede moldear la realidad según su antojo y ofrecerla como un cuento de hadas, una telenovela, un drama, o lo que le dé la gana.

Algo de esto es lo que sucede en la complejísima crisis internacional actual. Más o menos se sabe que el Congreso de EE.UU. no ha permitido a Bush y a su ministro de economía desplegar un plan con el que pretenden recuperar el tejido financiero americano y devolver la confianza a los mercados. Nos han contado que este plan incluye gastarse 700.000 millones de dólares del bolsillo del contribuyente para comprar los bonos de hipotecas que no sirven de nada a los bancos una vez que las personas que las suscribieron están arruinados.

Se trata, en el fondo, de salvar el sistema financiero global de su propia incompetencia. Una tarea demasiado ambiciosa y demasiado costosa para la información que nos han dado.
Para empezar, la prensa no sabe si va al fútbol o viene de los toros, y es normal. No hay análisis ideológico coherente que resista a una iniciativa intervencionista, llevada a cabo por un gobierno ultraliberal y que, para más inri, está destinada a sacar del pozo a lo más yuppie de la sociedad.

Y, como nada sabemos, podemos inventar un cuento que calme nuestra inquietud por lo menos. Los bancos serán los lobos o las caperucitas, según nos parezca. Los cazadores, los enanitos y Shrek (incluso) pueden ser quienes nos de la gana, porque total, no nos vamos a enterar.

Podemos construir un cuento con los retazos de información que nos dejan y convertir esta chapuza política en la historia de una salvación del mundo libre a manos de un superhéroe vestido con ropa ajustada tipo Marvel o en un cuento de hadas en que princesas de rosadas mejillas reclaman el auxilio de un musculado príncipe, pero sólo podríamos seguir inventando respuestas ilógicas para una gran pregunta que se nos escapa: ¿por qué hay que salvar al sistema financiero?

Y si no, pongamos a España como ejemplo. Desde las esferas políticas se presume de que nuestro país tiene el sistema bancario más desarrollado del mundo. Incluso imaginando que esto fuera cierto, una proclama así de triunfalista siempre tiene una trampa escondida, porque la realidad jamás se vence tan radicalmente de ningún lado. Cuando el banco se dirige a mí, rara vez es para perder dinero. En el préstamo, la hipoteca, las comisiones… el banco siempre gana un pelín más. Da una nueva vuelta de tuerca al consumidor, sea éste un pobre hombre o una gran empresa.

Esto no tiene por qué se necesariamente malo. Es más, no lo es. Se trata de una actividad tan necesaria como cualquier otra. Pero si encima de todo, los muy sinvergüenzas pierden dinero, tampoco hay que invertir en ellos cientos de miles de millones de euros. Porque a ninguno de estos gurús se le ha ocurrido emplear estos fondos para ayudar a que la gente que pierde su casa porque no puede pagar la hipoteca pueda salir adelante. Esa sería otra forma de conseguir que los bonos creados con las hipotecas que no valen un duro sirvieran para algo. Además, con lo que sobrara de los 700.000 millones, que sobraría mucho, se podrían garantizar los fondos depositados en todos los bancos que han demostrado que no saben hacer su trabajo.

El problema es que esta alternativa sería más lenta y por el camino se quedarían muchos bancos con todos sus millonarios gestores dentro. Ellos, que tienen la información, no lo van a permitir.
Ya lo sabían Faemino y Cansado decían medio en broma que después de la muerte hay una oficina de cajamadrid. Un final feliz, cuando termina el cuento.


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