Opinión

Los mundos de Yupi

Manuel Giménez.

 Yupi, para todos los que no sean de mi generación, fue el peluche desnudo con un amigo a lo Don Pimpón que vino a la tele a sustituir a Espinete. Había venido de las estrellas en su nave espacial con su colega Astrako en busca de gasolina para el vehículo. Así que yo, a falta de otra cosa que hacer, me comía las tortas de Inés Rosales con batido de vainilla viendo como el yupi andaba destartalado por el medio del pueblo buscando el dichoso combustible. Era un poco sospechoso que buscara todos los días la gasolina en la misma plaza, pero imagino que los años ´80 en TVE tampoco estaban como para derrochar en decorados.

La vida es un constante retorno. 20 años después de aquello, cuando estaba convencido de que Yupi no existe, volví a ver al mismo yupi de aquellos tiempos. En medio de la plaza, desnudo, destartalado, como buscando en medio de la calle algo que sabe que no va a encontrar allí. Tenía los ojos como platos, grandes como aquellos ojos de plástico con los que yupi no era capaz de pestañear. La misma mirada inquisitiva y preguntona.

Este yupi no me dio tan buen rollo. De buena mañana, no estaba desnudo, sino convenientemente arreglado. Con una blusa inmaculada con las iniciales bordadas en el pecho, YUPI. El pelo, ahora desaliñado, iba perfectamente acoplado a su dinámica silueta con Patrico. Lo único salmón que llevaba no era la piel (yupi la tenía color salmón), sino las páginas de la prensa económica. Salió de casa con los andares de Gordon Gekko, rumbo a la oficina.

Nadie sabe muy bien en qué consistía el trabajo del yupi. En realidad, es bastante variado. Lo más característico de un yupi es planear desde su banca de inversión la forma de convencer a dos empresas que no se necesitan, cuya unión será un fracaso, de que deben imperiosamente unirse. Así él cumple objetivos y saca de paso una comisión del 5%. Es característico que el yupi genere títulos y más títulos.

Él inventó eso de convertir en títulos un grupo de hipotecas que los endeudados compradores no pueden afrontar. Hace una pelota con todos esos créditos, la trocea, y se la vende parte a parte a algún otro yupi que opera en un mercado libre. Cada yupi recibe por ello religiosamente su comisión y su bonus.

El yupi típico, el famoso gigoló con un móvil del tamaño de un ladrillo que dominaba Wall Street en las películas de los ´80 no ha desaparecido. Sigue estando de moda, en los grandes bancos de inversión, en la banca privada, en las grandes operaciones de corporate finance. Hacen lo mismo que hicieron siempre, pero cada vez son más ambiciosos ellos y más sofisticadas las operaciones que inventan. Pero en el fondo el problema es el mismo. Las complejas empresas financieras se nutren de individuos que carecen de toda ética, que son capaces de llegar hasta el control de una empresa en crisis y que su primera decisión sea un crédito de seis millones de euros para pagar sus bonus. Eso lo he visto yo con mis ojos.

Ha pasado el día y algo se ha torcido. No ha vuelto a casa. Está en la puerta del banco, desnudo, naranja y con la mirada atónita. La banca de inversión en que trabajaba quiebra. Su trono en la Castellana, en la City o en Manhattan se ha hundido y él está en la calle. Todos los inventos de papelitos y papelitos que sólo escondían deuda han salido a la luz. El yupi se pagó el bonus, pero está jodiendo la economía global. Ahora no pestañea. Tiene los ojos de un plástico vidrioso. PobreYupi. Está buscando gasolina para volver a su planeta Merryl Lynch de la Galaxia Lehman Bro. Le daremos un euro. A ver si, por lo menos, tiene para llegar a Alhaurín.


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