Opinión

Y com mais penas me levanto

Manuel Giménez.

Cosa más bonita la gitana. Parecía una de esas figuras erguidas en un pedestal, las que siempre mantienen la pose y la dignidad, con su traje de flamenca, como los que hay encima de los televisores de las películas de Almodóvar. Una imagen litúrgica de todo un país. Hablo de Estrella Morente, qué mujer. Y, junto a ella, embarazada como lo está, una portuguesa con una voz, ¡qué voz! Entre las dos conquistaron Madrid, desde un escenario, como habrían conquistado cualquier otro lugar del mundo.

Entre el público, una cantidad de portugueses que no me podía ni imaginar. Menos mal que uno de los amigos que busqué allí me sacó de la duda. Portugal vive mirando a España, de una forma diferente a como se miran en Europa las naciones, con cariño. Y tiene razón. España siempre se ha mirado en Francia y Francia en Alemania, pero siempre con un gesto de rencor malsano. Sin embargo, Portugal nos mira con la tranquilidad de ver en nosotros a un hermano mayor.

También vi que no hay portugués que no hable español. Conocen nuestra lengua y nuestra televisión, el folklore, el arte. Se me escapó que eso es que querían ser españoles. Y me corrigieron. “Lo que queremos es a España”, me decían, “sin más”.

¿Y nosotros? ¿Qué sabemos de Portugal? Que venden toallas, y poco más. A ver quién encuentra por aquí a alguien que sepa portugués.

Y es una lástima, porque nos perdemos mucho. No hay que irse a Alejandría para ver el símbolo de una ciudad destruido por un terremoto. O porque los portugueses derrocaron una dictadura sin un solo disparo, con claveles en los cañones de las escopetas y tanques que se paraban en los pasos de peatones. Para mí, eso es hacer una revolución tan épica como la de los derechos del hombre en el juego de pelota o la conducida por los bolcheviques contra la aristocracia del zarista.

Y no hace falta irse tan lejos. En estos días de crisis inmobiliaria, financiera y no sé qué más, miramos al Mediterráneo porque creemos que ahí está todo lo que nos importa. El proceso de Barcelona y la versión sofisticada de Sarkozy, son iniciativas en que nuestro portugués aparece como un actor secundario. Y a nosotros, parece que no nos importa, pues no le vemos ventaja alguna a la unión con un país más débil.

El gran problema de la igualdad es que sólo la queremos con nuestros superiores. Y así nos va. No nos damos cuenta que creciendo juntos, creceremos más. Por esto, se echan de menos muchos proyectos bilaterales que, si no surgen, es por la desidia española, por la pereza que le tenemos al vecino tonto. Hablo espacios comunes de educación, de cultura, de fomento, de investigación…

Por eso me gustó el concierto. Porque el arte y la música son un buen comienzo, que se puede continuar pasando fines de semana largos en Lisboa, o en la playa de Peniche, interesarnos por su vino de aguja, o por la cataplana de pescado.

Pero tenemos que darnos cuenta de que les necesitamos y que nos quieren bien.
Y esto no sólo nos vale para el país vecino. Nos pasa igual con las personas que más nos quieren y a las que nos empeñamos en hacerles sentir que no son importantes. Demasiadas veces no sabemos ser hijos, hermanos o amigos, sólo porque no sabemos ser queridos.

Por eso fue importante para mi ver a aquellas dos mujeres en el escenario, y a unos portugueses emocionados que jaleaban con un pellizco en el estómago a Estrella bailando bulerías igual o más que cuando cantando un fado.

Sólo espero que al final no sea demasiado tarde y aprendamos a valorar a nuestros seres queridos antes de perderlos. Ya decía Pessoa que “lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos,/ amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado”. Así que ala, ¡a amarse!


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